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Aquel que... ¿vuela?
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Aquel que... ¿vuela?
Siguiendo con su entrenamiento, Fukukiri había visto las virtudes que otorgaba el buen dominio del chakra, pudiendo aumentar su velocidad y fuerza, caminar por superficies verticales e, incluso, bocabajo, y, no menos sorprendente, andar sobre el agua sin hundirse. Todas aquellas habilidades eran propias de los ninjas y solían ser algunos de los primeros pasos que se seguían en el adiestramiento, después de que se graduaran en la academia, pues era fundamental para no malgastar la energía al realizar técnicas, usando de más, en lugar de optimizarla. Sin embargo, nada de eso era lo que le rondaba la mente al chico, sino, más bien, lo contrario. Durante su entrenamiento escalando paredes sólo usando los pies, había podido comprobar que, si el flujo de chakra era demasiado pequeño, sus plantas apenas se adherían y caía irremediablemente, así como, si utilizaba demasiado, sus pies salían repelidos al contacto, debido a la interacción con la energía del objeto. Por tanto, aquella habilidad se basaba en la armonía, que se suponía que era lo ideal para ejecutar técnicas; pero, ¿y si hubiera un modo de usar esas facetas malas del entrenamiento?
La idea era muy simple; si al intentar escalar por una superficie, usar mucho chakra hacía que salieras despedido, al hacer eso mismo sobre el suelo, el impulso debería ayudar a dar saltos de mayor longitud y altura. Eso era lo que Fukukiri quería intentar, crear un estilo de brinco que le permitiera desplazarse más rápido y a mayor distancia. Por eso, había subido hasta uno de los edificios más altos de la villa, en plena zona comercial, desde donde se tenía una buena panorámica de la aldea. Su intención era alcanzar otro edificio de similar embergadura de un solo salto, teniendo en cuenta que la distancia era demasiada como para que incluso los ninjas con mayor aptitud para el salto consiguieran hacerlo sin ayuda de algún tipo de planeador, como hacían los shinobis del clan Kaze, que utilizaban sus abanicos para dicho fin. Si lo lograba, estaba seguro de que aquella forma de salto le daría muchas más posibilidades tanto en misiones como en combate.
Miró hacia abajo desde su posición, viendo a la gente pasar por las calles, apreciándose bastante pequeñas desde allí. El edificio tenía cinco alturas y, para los estándares de construcción, era un coloso de la arquitectura. Caerse desde tan alto no le saldría gratuito precisamente al gennin, ya que un error podría desembocar en un desenlace fatal, abriéndose la crisma contra el suelo o, en el mejor de los casos, romperse varios huesos y provocarse alguna hemorragia interna. No podía evitar sentir algo de reparo en aquello, pero, si deseaba ser el más fuerte, si no quería que nadie le superara, el camino que tenía que seguir era aquel invisible que unía ambas edificaciones, el salto al vacío que le haría caer al otro lado de la línea que separaba a los novatos de aquellos que empiezan a comprender y a caminar por la senda de los shinobi. Armado de valor y determinación, con el corazón en un puño, se dispuso a iniciar aquel entrenamiento que, después de todo, no sabía si tendría una recompensa.
Fukukiri se aproximó al borde de la azotea, mientras la brisa mecía sus cabellos, alborotándolos, pareciendo más fuerte que de costumbre. Dio unos cuantos pasos atrás, con la intención de coger carrerilla, y empezó a concentrar chakra en sus pies. Alcanzó la proporción idónea para un desplazamiento más veloz y corrió entonces hacia el vacío, aumentando rápidamente aquella cantidad hasta lo máximo que pudo. El resultado no fue muy prometedor, ya que, efectivamente, salió repelido del suelo, pero antes de lo que había esperado, con lo que perdió totalmente el equilibrio y cayó hacia abajo, cerca de la pared. Por suerte, reaccionó a tiempo y pudo agarrarse a un madero que sobresalía de la estructura, del que colgaba un letrero, y frenar así su caída. Aún así, su agarre estuvo a punto de partirlo, por lo que había tenido bastante suerte. Con la cara aún blanca, volvió a escalar de nuevo la fachada, ante la mirada atónita de los transeúntes que se habían quedado perplejos al ver caer al joven desde lo alto.
—Ha estado a punto… —murmuró una vez arriba, cogiendo aire y dejando salir la adrenalina que se había disparado de repente en su sangre. Lo había visto muy cerca y habría sido suficiente para hacer desistir a cualquiera, pero él era de otra pasta; él era orgulloso y testarudo—. Tengo que pensar otra forma… —repuso, de brazos cruzados, mirando su objetivo.
Estaba claro que el primer intento había sido un fracaso total; tal vez debiera haber comprobado antes de nada a qué nivel de chakra saldría disparado del suelo, pero lo había obviado y, por poco, había estado a punto de costarle la vida. Lo bueno era que, ahora, sí sabía cuánto tenía que aumentar el flujo de energía para lograr el efecto; lo malo era que, después de comprobarlo, no parecía un impulso suficiente como para alcanzar su meta. ¿No tendría premio finalmente recorrer aquel sendero inexplorado? Quizás muchos ninjas hubiesen muerto intentando lo mismo que él y, por fortuna, había podido ver en qué fallaba la idea antes de acabar con su rostro empotrado de forma sangrienta contra el suelo para la eternidad. Pero, ¿cómo solucionarlo? ¿Había alguna manera de salvar aquel escollo que le alejaba de su objetivo? Y si lo había, ¿cuál era?
Mientras reflexionaba acerca de aquellas cuestiones, vio pasar un ave mensajera de las que usaba la aldea para comunicar rápidamente órdenes a los ninjas. Al ver su aleteo, comprendió por fin lo que fallaba en su planteamiento. Los pájaros usan sus alas para impulsarse, ejerciendo fuerza sobre el aire que tienen debajo, manteniendo así la altitud. Para ello, habían desarrollado aquella morfología, que era idónea para aquel trabajo, pues, cuanto mayor fuera la superficie, más fácil les era mantenerse en el aire. Él no tenía alas, pero podría intentar suplirlo de alguna forma. Podría unir al impulso de su propio salto el de su chakra, convirtiéndolo en aire gracias a su afinidad elemental, de manera que generaría una columna descendente que provocaría un efecto parecido al del aleteo. Si lo hacía con suficiente fuerza, sería suficiente para incrementar considerablemente la velocidad y distancia de su salto. En lugar de concentrar una gran cantidad de chakra en los pies, simplemente, tendría que convertirlo en aire justo en el momento en que fuese a salir despedido, uniendo su propia musculatura al impulso. Tenía que sincronizarse bien, pero era una idea factible.
Retrocedió entonces de nuevo, cogiendo carrerilla y sabiendo que si fallaba esta vez, seguramente caería demasiado lejos de la fachada como para poder agarrarse. Era todo o nada, y lo que había en juego era su propia vida; un precio muy alto para muchos, pero no para él, cuya única motivación era ser más fuerte que cualquiera, para no tener que ver a sus compañeros morir delante de él de nuevo. Con este pensamiento, corrió hacia el borde del abismo, esta vez sin usar el chakra para aumentar su velocidad, y, justo cuando estaba llegando, flexionó las piernas, cogiendo impulso para saltar y, a la vez que terminaba de estirarlas y sus pies empezaban a despegarse del suelo, liberó una buena cantidad de chakra a través de ellos, moldeado en viento, de forma que éste lo impulsó, generando una corriente en el punto de despegue. Aquel momento fue como entrar en éxtasis, pareciendo que volaba, como si el tiempo se hubiera detenido. Lo estaba consiguiendo, ¡estaba logrando saltar más de lo que nadie había saltado nunca! Una enorme sonrisa se dibujó en su rostro, sintiéndose libre como un ave, sin nada que lo atara a la tierra. Pero, cuando parecía que había podido conseguirlo, vio cómo su viaje aéreo terminaba un poco antes de lo previsto, descendiendo antes de estar sobre la otra azotea. Por suerte, estaba suficientemente cerca como para agarrarse al borde de una cornisa, concentrando el chakra en su mano, frenando así su posible caída mortal.
—(¿Lo he conseguido?) —pensó, sin poder creérselo aún. Subió hasta la azotea y observó el camino sin superficie que había recorrido, pareciendo aún increíble—. ¡Lo he conseguido! —exclamó a los cuatro vientos, dando un pequeño salto victorioso con el puño alzado. De pronto, escuchó un sonido algo fuerte, procedente de abajo. Bajó entonces la vista, desconcertado, y de pronto vio a una muchedumbre aplaudiendo, habiendo sido testigos de su hazaña. Debía haber llamado bastante la atención antes cuando cayó y por poco se mata, así que muchos curiosos se habían quedado a contemplar lo que aquel loco hacía, quedándose asombrados. Fukukiri no ssabía qué hacer; no era muy dado a aquellas situaciones, pero alzó las manos, saludando, en señal de agradecimiento—. ¡Para que luego intenten atar a las personas con cadenas! —gritó, sin saber si se habría llegado a escuchar, antes de darse la vuelta y marcharse, descendiendo del edificio corriendo por su pared, antes de perderse por las calles de regreso a casa.
La idea era muy simple; si al intentar escalar por una superficie, usar mucho chakra hacía que salieras despedido, al hacer eso mismo sobre el suelo, el impulso debería ayudar a dar saltos de mayor longitud y altura. Eso era lo que Fukukiri quería intentar, crear un estilo de brinco que le permitiera desplazarse más rápido y a mayor distancia. Por eso, había subido hasta uno de los edificios más altos de la villa, en plena zona comercial, desde donde se tenía una buena panorámica de la aldea. Su intención era alcanzar otro edificio de similar embergadura de un solo salto, teniendo en cuenta que la distancia era demasiada como para que incluso los ninjas con mayor aptitud para el salto consiguieran hacerlo sin ayuda de algún tipo de planeador, como hacían los shinobis del clan Kaze, que utilizaban sus abanicos para dicho fin. Si lo lograba, estaba seguro de que aquella forma de salto le daría muchas más posibilidades tanto en misiones como en combate.
Miró hacia abajo desde su posición, viendo a la gente pasar por las calles, apreciándose bastante pequeñas desde allí. El edificio tenía cinco alturas y, para los estándares de construcción, era un coloso de la arquitectura. Caerse desde tan alto no le saldría gratuito precisamente al gennin, ya que un error podría desembocar en un desenlace fatal, abriéndose la crisma contra el suelo o, en el mejor de los casos, romperse varios huesos y provocarse alguna hemorragia interna. No podía evitar sentir algo de reparo en aquello, pero, si deseaba ser el más fuerte, si no quería que nadie le superara, el camino que tenía que seguir era aquel invisible que unía ambas edificaciones, el salto al vacío que le haría caer al otro lado de la línea que separaba a los novatos de aquellos que empiezan a comprender y a caminar por la senda de los shinobi. Armado de valor y determinación, con el corazón en un puño, se dispuso a iniciar aquel entrenamiento que, después de todo, no sabía si tendría una recompensa.
Fukukiri se aproximó al borde de la azotea, mientras la brisa mecía sus cabellos, alborotándolos, pareciendo más fuerte que de costumbre. Dio unos cuantos pasos atrás, con la intención de coger carrerilla, y empezó a concentrar chakra en sus pies. Alcanzó la proporción idónea para un desplazamiento más veloz y corrió entonces hacia el vacío, aumentando rápidamente aquella cantidad hasta lo máximo que pudo. El resultado no fue muy prometedor, ya que, efectivamente, salió repelido del suelo, pero antes de lo que había esperado, con lo que perdió totalmente el equilibrio y cayó hacia abajo, cerca de la pared. Por suerte, reaccionó a tiempo y pudo agarrarse a un madero que sobresalía de la estructura, del que colgaba un letrero, y frenar así su caída. Aún así, su agarre estuvo a punto de partirlo, por lo que había tenido bastante suerte. Con la cara aún blanca, volvió a escalar de nuevo la fachada, ante la mirada atónita de los transeúntes que se habían quedado perplejos al ver caer al joven desde lo alto.
—Ha estado a punto… —murmuró una vez arriba, cogiendo aire y dejando salir la adrenalina que se había disparado de repente en su sangre. Lo había visto muy cerca y habría sido suficiente para hacer desistir a cualquiera, pero él era de otra pasta; él era orgulloso y testarudo—. Tengo que pensar otra forma… —repuso, de brazos cruzados, mirando su objetivo.
Estaba claro que el primer intento había sido un fracaso total; tal vez debiera haber comprobado antes de nada a qué nivel de chakra saldría disparado del suelo, pero lo había obviado y, por poco, había estado a punto de costarle la vida. Lo bueno era que, ahora, sí sabía cuánto tenía que aumentar el flujo de energía para lograr el efecto; lo malo era que, después de comprobarlo, no parecía un impulso suficiente como para alcanzar su meta. ¿No tendría premio finalmente recorrer aquel sendero inexplorado? Quizás muchos ninjas hubiesen muerto intentando lo mismo que él y, por fortuna, había podido ver en qué fallaba la idea antes de acabar con su rostro empotrado de forma sangrienta contra el suelo para la eternidad. Pero, ¿cómo solucionarlo? ¿Había alguna manera de salvar aquel escollo que le alejaba de su objetivo? Y si lo había, ¿cuál era?
Mientras reflexionaba acerca de aquellas cuestiones, vio pasar un ave mensajera de las que usaba la aldea para comunicar rápidamente órdenes a los ninjas. Al ver su aleteo, comprendió por fin lo que fallaba en su planteamiento. Los pájaros usan sus alas para impulsarse, ejerciendo fuerza sobre el aire que tienen debajo, manteniendo así la altitud. Para ello, habían desarrollado aquella morfología, que era idónea para aquel trabajo, pues, cuanto mayor fuera la superficie, más fácil les era mantenerse en el aire. Él no tenía alas, pero podría intentar suplirlo de alguna forma. Podría unir al impulso de su propio salto el de su chakra, convirtiéndolo en aire gracias a su afinidad elemental, de manera que generaría una columna descendente que provocaría un efecto parecido al del aleteo. Si lo hacía con suficiente fuerza, sería suficiente para incrementar considerablemente la velocidad y distancia de su salto. En lugar de concentrar una gran cantidad de chakra en los pies, simplemente, tendría que convertirlo en aire justo en el momento en que fuese a salir despedido, uniendo su propia musculatura al impulso. Tenía que sincronizarse bien, pero era una idea factible.
Retrocedió entonces de nuevo, cogiendo carrerilla y sabiendo que si fallaba esta vez, seguramente caería demasiado lejos de la fachada como para poder agarrarse. Era todo o nada, y lo que había en juego era su propia vida; un precio muy alto para muchos, pero no para él, cuya única motivación era ser más fuerte que cualquiera, para no tener que ver a sus compañeros morir delante de él de nuevo. Con este pensamiento, corrió hacia el borde del abismo, esta vez sin usar el chakra para aumentar su velocidad, y, justo cuando estaba llegando, flexionó las piernas, cogiendo impulso para saltar y, a la vez que terminaba de estirarlas y sus pies empezaban a despegarse del suelo, liberó una buena cantidad de chakra a través de ellos, moldeado en viento, de forma que éste lo impulsó, generando una corriente en el punto de despegue. Aquel momento fue como entrar en éxtasis, pareciendo que volaba, como si el tiempo se hubiera detenido. Lo estaba consiguiendo, ¡estaba logrando saltar más de lo que nadie había saltado nunca! Una enorme sonrisa se dibujó en su rostro, sintiéndose libre como un ave, sin nada que lo atara a la tierra. Pero, cuando parecía que había podido conseguirlo, vio cómo su viaje aéreo terminaba un poco antes de lo previsto, descendiendo antes de estar sobre la otra azotea. Por suerte, estaba suficientemente cerca como para agarrarse al borde de una cornisa, concentrando el chakra en su mano, frenando así su posible caída mortal.
—(¿Lo he conseguido?) —pensó, sin poder creérselo aún. Subió hasta la azotea y observó el camino sin superficie que había recorrido, pareciendo aún increíble—. ¡Lo he conseguido! —exclamó a los cuatro vientos, dando un pequeño salto victorioso con el puño alzado. De pronto, escuchó un sonido algo fuerte, procedente de abajo. Bajó entonces la vista, desconcertado, y de pronto vio a una muchedumbre aplaudiendo, habiendo sido testigos de su hazaña. Debía haber llamado bastante la atención antes cuando cayó y por poco se mata, así que muchos curiosos se habían quedado a contemplar lo que aquel loco hacía, quedándose asombrados. Fukukiri no ssabía qué hacer; no era muy dado a aquellas situaciones, pero alzó las manos, saludando, en señal de agradecimiento—. ¡Para que luego intenten atar a las personas con cadenas! —gritó, sin saber si se habría llegado a escuchar, antes de darse la vuelta y marcharse, descendiendo del edificio corriendo por su pared, antes de perderse por las calles de regreso a casa.
Fukukiri- Genin
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